En estas fiestas de Navidad y fin de año se impone la tradición o costumbre de regalar, no siempre lo que nos sirve o aquello que podemos y estamos utilizando. En el mayor de los casos, regalamos lo que no nos sirve, lo que desechamos, hasta si de tiempo se trata.
Cuántas veces alguien ha tocado nuestra puerta solicitando caridad, y regalamos la pelota vieja, el vestido inservible, las zapatillas rotas, o la comida que es intragable; lo he visto en más de una oportunidad, y nos ufanamos ante el resto de nuestra capacidad de comprender al prójimo caído en desgracia.
Leía en las redes sociales que en un conocido supermercado se vendían panetones cuya fecha de vencimiento era visible, buscando engañar al ingenuo comprador, y la respuesta del administrador fue “que por error estaban a la venta, porque eran para donarlos”. Hum hum, semejante respuesta merece no solo el repudio, sino que muestra la caridad de algunas empresas cuando de donar se trata; dan lo que no sirve, donde la fecha caducó, y ni siquiera los animales pueden ni deben comer porque les haría daño. Así de simple.
Ese es el verdadero rostro de una sociedad donde la solidaridad es algo así como una forma de que nos vean que apoyamos, que regalamos, que entregamos, sí, pero la basura, el desperdicio, lo vencido, o aquello que no nos sirve; por consiguiente, mejor no dar ni regalar nada de nada, si cuando lo hacemos merecemos el rechazo del supuesto beneficiario.
Algunas empresas lo denominan en el mundo actual como Responsabilidad Social, los seres humanos lo calificamos como compartir, cuando en realidad compartir es regalar, donar o entregar lo que nos sirve, lo que nos vamos a comer, la ropa que usamos. Ese es el detalle que nunca tenemos en cuenta.
Esta misma cantaleta les endilgo a quienes quieren escucharme, y aunque a veces pienso que es como arar en el mar, supongo que parte de la vida es como el profeta que lanza su perorata al viento y solo espera que alguien, una sola persona, la acepte y la aplique en su forma de ver y actuar. Utopía, quizás, en fin.
Imagino que algún lector replicará, y tanto que habla, ese sujeto que escribe por lo menos hace lo que predica. No voy a contar mis intimidades, solo basta decir que trato de devolver lo que tanto he recibido. Y eso, en honor a la verdad, es un regalo de Dios. Porque hubo muchos momentos difíciles, donde comencé a valorar aquello de regalar y recibir.
Al final, si un solo un lect@r o cibern@uta ha reflexionado, me doy por satisfecho, como estoy seguro que Don Ambrosio y familia nunca leerán estas líneas, pero a sus hijos por lo menos les arrancamos una sonrisa fugaz, una feliz sonrisa. Eso es lo esencial, luego el tiempo se va y se aleja fugaz, como la corta vida que vivimos.
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