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Un domingo cualquiera de 1975, Hugo Sotil decidió escapar. Acababa de llegar a su casa en el elegante barrio barcelonés de Pedralbes, con las piernas todavía agotadas después de una victoria más con el FC Barcelona por 2-1 ante el Racing de Santander. Con la misma determinación que usaría unos días después para hacer a Perú campeón de la Copa América, el ‘Cholo’ sabía que esta era su oportunidad. No tenía partido entre semana y planeaba aprovechar ese intervalo para recuperar un lugar que sentía suyo.

Hugo Sotil le pidió a su esposa, Guillermina, que comprara un pasaje de avión hacia Madrid. Era la noche del 26 de octubre y, mientras él se preparaba, llamó a su madre para informarle de su decisión. Luego, metió en un maletín pequeño ropa para dos días y 30 relojes que había comprado semanas antes. Se persignó y salió de Barcelona a la 1 a.m. del día siguiente, con el tiempo a su favor y una revancha en la mente. Dos días después, la selección peruana se enfrentaría a Colombia en Venezuela para definir el título de la Copa América.
«En ese momento no pensé en nada. Solo tenía en mente defender la camiseta de mi país. Era mi última oportunidad porque, en Perú, se comentaban muchas cosas: decían que por haberme nacionalizado español ya no quería a mi país».
El 27 de octubre aterrizó en Caracas tras comprar un vuelo carísimo en el aeropuerto madrileño de Barajas. Llegó a una ciudad donde
la temperatura mínima era de 20 grados en esa época del año. Llamó a cinco hoteles, pero en ninguno le dieron información sobre dónde se alojaba la selección peruana. Estaba solo en un aeropuerto desconocido, en un país desconocido, pero sabía que tenía que llegar de cualquier manera. El ‘Cholo’ compró un par de periódicos. No era un lector habitual, sino un investigador que trataba de averiguar dónde estaba el equipo que tanto extrañaba. «La selección peruana reconoce esta noche en el estadio Olímpico de la Universidad Central de Venezuela».
Su casa eran los suyos. Y el último tramo de su viaje de regreso a casa duró solo una hora en un taxi que lo llevó rápidamente a un estadio donde la selección peruana entrenaba bajo la disciplina de Marcos Calderón, un entrenador de trato duro y lengua afilada.
Llegó aún en terno y sobretodo, con 20 grados encima. Lo recibió José Navarro, un marcador de punta diestro, menudo y poco hablador. Es el moreno delgado que no supera el 1.70, quien alzó la voz y le preguntó: «¿A qué has venido, ‘Cholo’? ¿Has venido a ver?».
Eso significaba que lo seguían tratando como siempre. Eso significaba que Hugo Sotil nunca se fue de la selección. Marcos Calderón se lo confirmó: «Ya cámbiate, ‘Cholo'», le dijo: «Fue una sorpresa porque nadie pensaba verme allí y el trato que me dieron Marcos Calderón y todos mis compañeros fue espectacular». Una vez en el hotel de la selección, entregó los 30 relojes que había llevado desde Barcelona, pensando en sus compañeros.
Al día siguiente, Hugo Sotil fue titular. Calderón decidió mandar al ‘Trucha’ Rojas de wing derecho para que Sotil tuviera la libertad de moverse por todo el frente de ataque. Al minuto 25, parado en el punto de penal, cazó el rebote de un remate de su compadre Teófilo Cubillas. Si esto fuera una serie de TV, recordaría todo el periplo hasta Caracas mientras lanzaba la pierna derecha en el aire. Pero no hubo tiempo. Remató. Y fue el único gol del partido que definió al campeón de América.
Hugo Sotil no tuvo tiempo para celebrar. Solo tomó un poco de whisky en el hotel que el ‘Loco’ Casaretto había hecho aparecer milagrosamente. Al día siguiente, partía de vuelta a Barcelona y no iba a participar en la espectacular celebración peruana que coronó a esos futbolistas como héroes nacionales.
En el club, increíblemente, no tomaron a mal su fuga. Hugo Sotil no lo dice, pero un cable de la época revela cómo el Barcelona manejó el tema: Manuel González, un representante del club, viajó a Caracas y aseguró que Sotil regresaría de inmediato a Barcelona una vez que se jugara el partido. Ante la prensa, todo quedó como un permiso para el jugador. A su llegada a la Ciudad Condal, le dieron dos días libres. Y él solo pensaba en lo que le había dicho a su madre cuando la llamó para contarle que iba a escapar de Barcelona.

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