Wilfredo MendozaWilfredo Mendoza

Corría el año 1978. Era feliz y lo sabía. No me queda ninguna duda. Alguna que otra borrasca nublaba de cuando en cuando mi felicidad. Terminaba la secundaria y tenía un grupo de amigos. Cada quien es hijo de su tiempo.

Mis compañeros de entonces, hoy amigos de vida, son pocos, pero son. Paso a nombrarlos, temo que la memoria vaya a traicionarme: “Gato” Amaya, “Gorila” Estrada, “Chato” Huere, “Bambán” Medina, “Colorao” Hurtado, “Pelao” Colpaert, “Caballo loco” Ramos, “El ciego” Cabrera, “Genio” Lolo, “Chicho” Ortiz, “Negro” Ramos, “Sonrisas” Néstor Medina, “Colorao” Cervantes, y como dice el Chato Huere, mejor paro de contar. Lástima, faltan nombres. Los patas de siempre lo saben.

Miles de recuerdos me asaltan. Un día fuimos a buscar a Estrada a su casa: “¡ Buenas tardes, señora. ¿Está, está…? ¿Está Gorila? Una cortante respuesta: ¡Mi hijo se llama Alejandro! Se dio la vuelta y gritó: “¡Gorila, te buscan!”. Esas carcajadas todavía siguen presentes.

Un fin de semana, Paty Pilares invitó a una fiesta, y en el bocho amarillo del “Colorao” Hurtado ingresamos, no sé cómo, unos 12 compañeros o más; los recuerdos son difusos. Lo peor vino cuando alguien soltó un pedo fétido. Nunca dimos con el culpable. Todos nos acusamos entre sonrisas cómplices.

El “Chato” Huere, justo por chato, era el engreído de todos. De la Tía Betty, del “Loco” Montalvo (un señor director), en fin. Y la pásabamos bien, o como cuando Carlitos Cabrera (hoy infelizmente nos lleva la delantera) se convirtió en “Genio” de los números y fórmulas, de un momento a otro. Sigo intrigado en qué momento se cayó de cabeza.

Eran tiempos tranquilos. Las fiestas, máximo hasta las 9 pm. Éramos felices y lo sabíamos, porque disfrutábamos de pasear en bici, jugar fulbito, sin preocuparse por el futuro. Este era el presente, solo había que vivirlo.

Eran tiempos maravillosos. En Toquepala no había delincuencia. Eran días de amores juveniles. La palabra era ley. La amistad inquebrantable. Los buenos modales, recíprocos. La puntualidad, la norma. Chócala a la salida. Hoy todo ha cambiado. Mil anécdotas quedan. Esos recuerdos siempre nos sostienen.

Parafraseando a Gabo, diríamos que hasta la adolescencia, la memoria tiene más interés en el futuro que en el pasado, así que mis recuerdos de Toquepala no estaban todavía idealizados por la nostalgia. Al fin y al cabo, lo importante no es cómo sucedieron, sino cómo los recordamos.

Además, siempre se retorna a las fuentes primeras. Se vuelve buscando el oráculo sabio, el amor juvenil, ese instante de fugaz felicidad enredado en los recuerdos de un tiempo. Hoy, en esta tarde, luego de más de 4 décadas, me invade no solo la nostalgia, sino el tiempo fugaz que trato de asirlo torpemente, pero este va y viene.

*A mis amigos de la Promoción 1978 de Toquepala.

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