La muerte, como la vida, es el anverso y reverso de lo que seremos, fuimos y nunca más podremos ser. El pasado 7 del presente mes se recordó los 35 años de la muerte del quizás más influyente escritor mexicano: Juan Rulfo.
Pedro Páramo y El Llano en llamas, dos monumentales libros de apenas un ciento de páginas, pero que condensan toda la historia de los vivos-muertos en que acabamos por convertirnos por obra y gracia de nuestras andanzas, en los pasos perdidos que siempre ocultamos, pero sobre los cuales siempre volvemos a hurtadillas.
Rulfo nunca pudo escribir o no le dio la reverenda gana de pergeñar más historias, pero con estos dos tratados a la palabra parca fue más que suficiente, para sin adjetivar, sin floro, con un lenguaje concreto, revelarnos la extraordinaria naturaleza y condición del ser humano.
“Vine a Comala porque me dijeron que acá vivía mi padre, un tal Pedro Páramo”. Así comienza la novela, del hijo que busca a su padre para reclamar su lugar. Encarna también una realidad propia del mundo latinoamericano del siglo XX: el papel del caciquismo y la violencia en la conformación social.
Juan Preciado va a Comala en busca de su padre ya muerto, y todo el pueblo es un fantasma de los que fueron y nunca más serán. Son los muertos-vivos encarnados en espíritu que reclaman su lugar en el mundo terrenal, donde nunca tuvieron voz, son los desposeídos hasta de su propia voz.
Rulfo les devuelve la capacidad de redimirse, de encontrarse con uno mismo, para contar su historia, nuestra historia, en medio de este Bicentenario que estamos ad portas de celebrar, más como un país, como posibilidad, que en una concreta realidad, gracias a las autoridades no solo de turno, sino a la saga de aventureros del poder y ladrones que solo buscaron su propio beneficio.
Leí a Rulfo en mis épocas de universitario y desde entonces vuelvo como alma en pena sobre sus palabras, sobre sus frases, sobre su manera de contar, como que así es la vida. Aquella que vivimos y el resto nos la inventamos, para tratar de salir de la penitente tristeza en que a veces nos envolvemos.
Alguna vez me contaron que Rulfo iba a los cementerios para buscar nombres para sus personajes. Son los muertos que nos hablan al oído, para decirnos «ven, te cuento mi historia, que también es la tuya».
Eduviges, Abundio, Doloritas, Susana, Macario, Felipa, Justino son los personajes rulfianos que nos hablan con la mayor naturalidad de la muerte como de la vida. Creo estimad@ lect@r, que mejor vaya sobre Pedro Páramo y El Llano en llamas para tratar de entender el horror de la vida como de la muerte. Es decir, el anverso y reverso de lo que fuimos y nunca más seremos.
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