Son las seis de la tarde, momento justo en que las sombras de las acacias, bignonias amarillas, durazneros, jacarandás y mióporos se funden en la negrura densa de la noche que comienza a cubrir la Ciudad Blanca.
Las luces amarillas de los faros públicos acaban de encenderse. Por las calles comienzan a deslizarse la angustia y desesperación de todas las familias. El ‘aroma’ de toque de queda ya se esparce por las principales arterias de Arequipa.
En ese ambiente un tanto triste y sombrío, bajo el orden y mandato categórico del general Víctor Zanabria, jefe de la Macro Región Policial Arequipa, las sirenas de los patrulleros comienzan a ulular. Las luces rojas de los vehículos policiales ya parpadean en la inmensidad de las avenidas. En tanto, los últimos transeúntes apuran sus pasos con el único y vivo deseo de llegar a sus casas.
La mayoría de las bodegas y las tiendas todavía se mantienen abiertas. En sus escaparates relucientes se muestran productos, de esos que los gobiernos y autoridades llaman, voluptuosamente, insumos de ‘primera necesidad’.
En la televisón, los conductores de noticias frívolas hasta el cansancio, advierten a las personas que acaten la cuarentena. Sugieren que se solidaricen, que se apoyen unos a otros. Dicen que son tiempo difíciles, es momento de actuar en comunidad. Pero es imposible. Porque buena parte de los arequipeños, luego de recibir los azotes despiadados del confinamiento en la primera ola de la covid-19, ahora son ciudadanos que apenas consiguen dinero para comer. La desobediencia manifestada por parte de los ciudadanos y los pequeños comerciantes que aún mantienen receptivos sus negocios fuera del horario permitido, es el vivo reflejo de rebeldía frente a las medidas dictadas por el gobierno. No solo es el retrato de las personas que desean todavía vender infringiendo las restricciones, sino la imagen de esa gigantesca masa de personas que laboran en los centro comerciales Siglo XX y Don Manuel, quienes ahora marchan por las principales calles de Arequipa.
Pero qué importa el hambre de muchos hogares. Lo que interesa es hacer cumplir irónicamente la cuarentena que no es de 40 días, sino de 15. Por eso, tras derrochar harta energía en 112 operativos agobiantes, los efectivos policiales intervinieron a más de mil ciudadanos que no acataban las medidas que dispuso el gobierno de Sagasti para frenar la propagación del virus. De todos los detenidos, multaron a más de 200 personas, quienes no tenían pases laborales ni otro sustento para justificación su desplazamiento luego de las 18 horas, que es cuando empieza el aislamiento en cuatro provincias de la región Arequipa. Estas sanciones son golpes adicionales que calan con la fuerza de la norma en el ánimo y esperanza de los pobres vecinos.
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