JORGE QUENTA

“Una luz al final del túnel”… Cualquier persona sensata, desde Tacna hasta Lima, o de New York a Beijing, está deseando que el 2021 sea un año diferente al 2020, el año en que un virus (una “forma de vida” insignificante) paralizó la aparentemente indetenible marcha de la humanidad como criatura dominante en el mundo.

El impacto del coronavirus ha dado lugar a numerosas comparaciones con otros momentos dramáticos de la historia del hombre, como ocurrió con la gripe española de 1918, la Segunda Guerra Mundial o la crisis financiera mundial de 2007-2008. No hay duda de que la pandemia ha tenido -y tiene- un efecto de gran alcance en casi todos los aspectos de la vida humana, como muy pocas crisis de antaño.

Hace unos diez años Peter Turchin, científico estadounidense de origen ruso, predijo que el 2020 iba a ser un año fatal. Pero lo más inquietante de su predicción es que ésta no se limitaba al año pasado, sino que se proyecta al presente y hacia los años que vienen. Turchin no solo dijo que el 2020 pondría a las sociedades occidentales al borde del abismo, sino que veía muy probable que en 2021 estas dieran un catastrófico salto al vacío.

En opinión de Turchin, un periodo de creciente inestabilidad política podría conducir a un colapso violento del sistema, sobre todo en los Estados Unidos. Considera que las revoluciones comienzan cuando los miembros de la élite intentan derrocar el orden político para su propio provecho, y que Donald Trump es un buen ejemplo de este tipo de conflicto al interior de las elites.

Esa y otras son las funestas predicciones de Peter Turchin, una especie de Nostradamus moderno que, más que en inspiradas visiones, se fundamenta en complejos modelos matemáticos. Sus aparentemente extravagantes vaticinios eran acogidos con desdén por la comunidad científica hasta que empezaron a convertirse en una cruel realidad. En este sentido, si sus predicciones se siguen cumpliendo, nos espera un lustro o una década de tribulaciones, al estilo de las famosas plagas de Egipto.

Siendo optimistas, podríamos decir que los peruanos hemos sobrevivido a las peores catástrofes, como la Guerra del Pacífico y la guerra subversiva de Sendero Luminoso, recordando siempre que nuestro país se asienta en la peor zona sísmica de todo el planeta. Respecto a la humanidad, se puede afirmar categóricamente que las peores guerras por las que ésta ha pasado son historia contemporánea o reciente, al igual que las más temibles o peores pandemias. Desde que salimos de las cavernas, los humanos hemos logrado sobrevivir como especie, aunque nuestras posibilidades eran casi nulas o inciertas. Es de esperarse que ahora también podamos superar aquellas catastróficas predicciones, que ya no pertenecen solo a la mística esfera de inspirados videntes, sino al frío y metódico cálculo de científicos de talla mundial.

(*) jkenta@hotmail.com

Comentarios de Facebook

También te puede interesar

Héroes Albarracín, el paraíso de la fruta (II)