MIGUEL PINO PONCEMIGUEL PINO PONCE

Librado estoy ya del corsé de una campaña política, en la cual -quieran o no aceptarlo- hay que evitar hablar de temas que puedan despertar antipatías pero son necesarios. Así que voy a tratar de la famosa iniciativa antitécnica, boba y populista de la ley que regula las tasas de interés bancario.

Para empezar, no conozco a ninguno de los congresistas que son autores de tal esperpento ni sé si tengan estudios sobre derecho económico, bancario o hayan tenido experiencia sobre estos temas tan sensibles, salvo que -como siempre- se hayan prestado y no quieran pagar: típicos sujetos que deben por convicción y pagan por debilidad. Es que como varias veces he dicho, son los bancos quienes intermedian entre quienes tienen recursos (llámense agentes superavitarios) y para obtener rentabilidad de los mismos los transmiten a quienes los requieren.

Los bancos, por su servicio de intermediación, cobran, y para conseguir fondos pagan intereses. La diferencia entre lo que cobran y lo que pagan es su utilidad (spread). ¿Cuánto se debe de cobrar? Es exactamente lo mismo que quienes añoran a la dictadura velasquista o el intervencionismo aprista: hablaban de “precios oficiales”, con la consiguiente aparición de los COVID económicos, el acaparamiento y la especulación.

Es que si hay “precios oficiales”, entonces también se va a intervenir la economía, disponiendo por decreto cuánto un profesional debe cobrar, cuánto debe ganar el comerciante, la utilidad del empresario. En una palabra, la economía de mercado se va al cuerno, y mejor pasamos a una Cuba, URSS o China (maoísta) y por decreto se acaba la pobreza, como igual la empresa y la competitividad, y desaparece la competencia, porque si todos los bancos y cajas municipales van a cobrar lo mismo, van a tener igual cantidad de empleados, la misma cantidad de locales, de accionistas y la misma decoración. ¿Para qué entonces tener varias ofertas? Bastará un solo banco.

Pero resulta que esa fórmula ya se ensayó y fracasó absolutamente, porque se generará una banca informal y los bancos prestarán a quien subrepticiamente les pague más, y si es del Estado, los coimee más. Ese fue el grosero esperpento aprista (tenía que ser). Por eso una familia conocida de Puno, aprista y vinculada a la minería, se levantó el Banco Minero. ¡Gracias, Alan!
Por eso la regulación del interés es de lo más absurda. De lo que se trata es de aumentar la competencia, para que justamente sea la oferta la que tienda a su disminución. Si el Banco Industrial de China u otros bancos de esa envergadura vienen al Perú, moverán para abajo las tasas de interés y harán toser a los más pintados. Ahí está la función del Estado de promover la competencia, ahí se generan el buen servicio y la gama de ventajas.

Como siempre, el remedio será peor que la enfermedad. Si los colombianos vienen con su banca informal que crucifica a quienes les deben y cobra hasta 500 %, ya me imagino qué pasará luego, cuando los bancos peruanos -que de “sentido social” tienen tanto como de los clavos de Cristo- hagan lo mismo con los fondos del plan Reactiva Perú, que dieron a estudios de abogados millones en 48 horas, y en cambio para empresas que sí los requerían ldemoraron meses. Ahí está el ejemplo más vil. Finalmente, recuerden que el banquero peruano Dionisio Romero fue el único que se dio cuenta de que con la coj**ez de Velasco y de Alan García se podía llenar de plata. ¡Hasta ahora no aprenden!

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