MIGUEL PINO PONCEMIGUEL PINO PONCE

Chesterton fue quien escribió la novela que tiene como nombre lo titulado. No imaginó que a los años tendría que ser un jueves, cuando a un despistado y mitómano presidente del valle de lágrimas peruano, se le caería el mundo. Y su moral (que es bien relativa, porque está basado en comportamientos y actitudes de la cambiante sociedad) tiene que ser tasada por un grupo de moralmente cuestionados políticos: Los congresistas.

Y es que esa calificación de “permanente incapacidad moral” es una calificación subjetiva, arbitraria y política. Pero es la atribución del Congreso, quieran o no aceptarlo (Constitución, art. 213 inc.2). Es distinta a la acusación contra el presidente, que es por otras causales (art. 217) y con las garantías procesales pertinentes.

El presidente no solo mintió sobre el hecho de su conocencia y amistad con el impresentable (producto de la educación actual) Richard Swing. Sino que, cual Pedro cholo, lo negó más de tres veces. Y encima los audios revelan que era el propio Vizcarra quien estaba aleccionando a sus allegadas para que den una versión trastocada y falsa. Si eso no colisiona contra el octavo mandamiento bíblico y contra el “Ama Sua” incaico ¿Qué es? De manera que la grosera falta moral es más que evidente. Ahora, escuchando los audios donde el presidente aherroja su investidura y desciende a la discusión de callejón con su allegada Karem Roca, demuestra que nunca estuvo a la altura del cargo, y tiene tan poco tacto hasta para dirigirse a su personal. Ya ni siquiera es inmoral: Es ingenuidad. Tenerlo a Cisneros como asesor, pinta de cuerpo entero a Vizcarra. Fujimori tuvo como asesor a Montesinos, Vizcarra a Richard Swing ¿Qué tal?

Sin embargo, el cuestionamiento de los congresistas me hace recuerdo cuando el ladrón grita ¡Al ladrón! Además, que Vizcarra sea culpable no los hace santos a los congresistas. Que la serpiente sea venenosa no eleva a los altares a las tarántulas. Lo triste de todo es que seguimos hundiéndonos en el pantano de incertidumbre, de la inestabilidad. ¿O creen ustedes que al tener nuevo ocupante precario de Palacio de Gobierno, como por arte de magia, se irá la COVID-19 o la crisis económica se solucionará? Vamos a estar seguramente peor.

Pero el hecho en el que nadie ha reparado es que nuestro Servicio de Inteligencia Nacional es un completo desastre. La mejor prueba es que el pasmado e inútil jefe de la Casa Militar no tiene la remota idea de que es lo que ha pasado, cuándo, ni dónde. Y los servicios de inteligencia demuestran toda su “desinteligencia”. Si en la propia sede del Poder Ejecutivo, al comandante en jefe de las Fuerzas Armadas vilmente lo graban ¿Qué no sabrán de nosotros los bélicos vecinos? Lamentablemente, la inteligencia de nuestras fuerzas armadas no llegan ni por asomo a la Gestapo, El Mossad, la KGB, la Stazi, menos a la CIA. Son un remedo. Son bebés de teta, son la versión chicha de la cómica serie “El súper agente 86”.

Les aseguro que ni saben que, cuando atentaron contra Hitler, en plena II Guerra Mundial, con el famoso plan “Valquiria”, los crucificaron a los implicados empezando por el mismísimo Mariscal Erwin Rommel (a quien obligaron al suicidio) hasta el último soldado actuante. Pero acá, como tenemos antes que disciplina prusiana, vacilón de pollada, ahí están los resultados: Se cae el gobierno, pero mientras tanto en la Casa Militar ¡Vamos chupando!

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