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«La familia peruana disfruta el alimento en correspondencia»

La frase puede sonar a cliché a una de las tantas que existen sobre comer sano. Sabemos que nuestra alimentación y los hábitos respecto a ella son importantes. Lo sabemos. En Perú, uno de los países más “ecodiversos” del mundo, aún no existe el culto a lo propio, a lo ancestral, ni a lo autóctono. No obstante, la excepción se aplica a solo una cosa: la comida.

La familia peruana disfruta el alimento en correspondencia, le gusta compartir, la degustación es más placentera cuando reímos juntos, ¡y hasta bailamos! ¿Acaso todavía permanece en nosotros nuestro pasado solidario, altamente comunitario y festivo?

En Juliaca, donde vivo, existen lugares donde solo se come riquísimos peces acompañados de los más aclamados productos del altiplano como la papa o el chuño.

Sin embargo, hay un “monstruo” que acecha sigilosamente cada mesa del país: la industria alimentaria.

Sí, aquellas fábricas millonarias que nos venden el pan, la leche, los “jugos”, el yogur, el aceite, el atún, etc. Sea de la marca que sea.
La periodista argentina Soledad Barruti, escribió un libro (Malaleche – 2018) producto de una investigación de cerca de 5 años. En ella, describe cada paso que dio a fin de descubrir los ingredientes y procedimientos de producción (e invención química) de los más populares “alimentos” en Latinoamérica, hablamos de distintas marcas de leche, galletas, panes, embutidos, etc.; además de “comestibles” como Nesquik, Gatorade, Doritos, entre otros. Ella revela que estos productos contienen un “corazón” que los hace apetecibles a casi todos los paladares: los ultraprocesados.

Según Barruti, los “ultraprocesados” son productos que “resultan de procesar una y otra vez en plantas industriales los mismos ingredientes: azúcar, sal, grasas baratas, derivados de la leche y harinas refinadas con aditivos que jamás tendríamos en la alacena porque no son de uso doméstico: saborizantes, texturizantes, colorantes y fortificantes”. Lamentablemente, los productos hechos a base de estos se han convertido en parte ineludible de los supermercados y pequeñas bodegas que se pueden encontrar en cualquier ciudad del país.

Existen diversos estudios que develan que la dieta alta en azúcar y grasas (ingredientes “base” de los productos de la industria) ocasionan enfermedades muy conocidas en la sociedad latinoamericana: obesidad, cáncer y diabetes.

Sabemos que son dañinos, ¿por qué no los prohíben o no somos informados? La autora revela que existe una lucha silenciosa entre la industria y la cultura latinoamericana. Por una parte, empresas como Nestlé, Arcor, McDonald’s, Coca – Cola, PepsiCo, etc., cuyo objetivo es promover el mayor consumo posible, han logrado confabularse en los gobiernos de turno para tener “pase libre” en su legalidad, impuestos y promoción. Por otro lado, tenemos a una “cultura latina” muy tradicional que resguarda el hábito de comer “con tiempo”, sin prisa, donde las recetas que han sido heredadas de generación en generación todavía son parte de la mesa, hablamos de una “feijoada” brasileña o un “seco de res” peruano. Pero, ¿quién no toma una ‘gaseosita’?, ¿verdad?, la próxima vez que quieras comer algo empaquetado, voltea la envoltura, y si los ingredientes te resultan desconocidos y tienen, extrañamente, con numeraciones al lado, puede que te estés topando con un derivado de un ultraprocesado o con el mismo. Uno de los más conocidos es el “jarabe de maíz”.

Si todavía podemos cultivar o tener alimentos naturales al alcance del mercado como la papa, el maíz, arroz, etc., andamos por buen camino, porque en Colombia, poseer semillas y sembrarlas sin autorización es ilegal, ¡googléalo! En este momento nuestras recetas tradicionales están dando la batalla. Tenemos un presidente campesino, del campo, agricultor, es un augurio esperanzador para mejorar nuestra alimentación. Porque somos lo que comemos.

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