Si la memoria no me traiciona, era una tarde alegre de mis épocas de universitario, cuando mi profesor Ricardo Morris Liendo ingresó al aula llevando entre manos un ejemplar de Confieso que he vivido de Pablo Neruda.
“Debo confesarles que este libro lo compré ayer, lo comencé a leer, y desde entonces no me he podido despegar. No he dormido hasta que he logrado culminar su lectura. Es un libro bellísimo, si tienen la oportunidad de leerlo, se los recomiendo…” Lo anoté, y casi casi de inmediato, en la librería, me percaté de que su precio era inalcanzable. Estaba fuera de mis propinas.
Me quedé con las ganas. Pasaron una buena cantidad de años, cuando durante mi estadía en Tacna, casi de casualidad, tropecé con una bella edición del ansiado libro. Lo leí, casi de corrido, como mi profesor, y lo acabé en un santiamén. Tuvieron que transcurrir 20 años para satisfacer mi curiosidad juvenil, y no fue en vano.
“Comenzaré por decir, sobre los días y años de mi infancia, que mi único personaje inolvidable fue la lluvia…”, y curioso todavía recuerdo los largos y tranquilos días lluviosos que viví en el asiento minero de Toquepala (Tacna). Los días lluviosos y gélidos de Puno, la torrencial lluvia de Cusco, de Tucson (EEUU), o la primorosa lluvia amazónica de Quito en Ecuador.
Es decir, donde la vida y obligaciones me han llevado, y todavía persigo la lluvia, como queriendo asir un poco de agua que corre fugaz, que no es sino los pedazos de felicidad y tardía nostalgia de bellos tiempos idos, y acabo por ubicarlos en mi memoria, como aquel consejo del profesor Morris.
Estos tiempos recios que nos ha tocado vivir, de vida y muerte, son a veces inexplicables; sin embargo, es bueno a veces refugiarse en la nostalgia para tratar de comprender que cada tiempo hay que saber vivirlo, para mañana no tener que buscar arrepentimientos ajenos. Y aunque no llueve en esta época, todavía me sigue persiguiendo la lluvia de mi niñez y juventud.
A veces, como dice Neruda, es bueno recoger las imágenes sin cronología, tal como estas olas que van y vienen. Al final, es la vida que uno ha vivido, y como quiere uno recordarla, para hacer de este horroroso presente una forma de enfrentar el futuro.
Demás está recordarles la lectura de Confieso que he vivido, y el andar presuroso de mi profesor, su recomendación que tomé como propia. Y, aunque un poco tarde, me cambió la vida. La que recuerdo como aquella postal que no pudimos enviar porque nunca existió, salvo en nuestra imaginación. Esos son los recuerdos que me sostienen, espero que también a ustedes, los que nos hacen felices, nunca infelices.