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Madre no hay otra

Wilfredo Mendoza

Wilfredo Mendoza

Mi madre siempre nos contó de otra hermana. No tengo el menor recuerdo de ella, solo su hermoso nombre: Silvia. Supongo que fueron años difíciles para una madre tan joven. El tiempo fue rodando y ella creciendo. Solo ella sabe cuánto sufrió para crecer y nunca decaer. Madre hay una sola.

No voy a prodigarme en halagos públicos, porque no los necesita. Tengo muchos recuerdos. Tendría unos pocos años cuando vivíamos en el asiento minero de Toquepala (Tacna), cuando jugando casi me vuelo un ojo, felizmente solo fue la ceja, y mientras íbamos al hospital solo atiné a decir: ¿Me perdonas, madre?
Andando en el tiempo, siempre quiso que sus hijos fueran profesionales. No faltaron días en que nos descarriamos del camino correcto, pero ella, tenaz y dura, nos resondró, y a seguir por el camino adecuado. No tenía otra alternativa. Su voz de mando y orden era y sigue siendo ley. Madre no hay otra.

Aunque no hubiera dinero, ella se las ingeniaba para que este alcance, sigo intrigado cómo hizo para pagar nuestros estudios universitarios. Hoy recién acabo por comprender que muchas veces hizo de tripas corazón, y se quedaba con hambre solo para que sus hijos satisficieren el hambre juvenil de aquellos lejanos años.
Cuando este escriba ingresó a estudiar Periodismo, sus temores siempre los escondió, pensaba que era como perder el tiempo. Temor de madre, pero siempre me alentó. Nunca cuestionó, su apoyo fue vital, imprescindible para llegar a esta parte del camino.

Mis pequeños triunfos los ha celebrado como propios, como suyos, porque en realidad son suyos antes que míos. Es la verdad. En este momento, y contra la muerte que gira alrededor, felizmente sigue vivita y coleando, fregando, como le digo. Madre no hay otra.

El discurrir nos va dejando buenos y malos recuerdos. No cabe la menor duda. De eso están hechas nuestras vidas. De mi madre Yony solo atesoro, hasta el fin del fin, los mejores recuerdos para que sus vástagos sean buenas personas y uno no se desvíe del buen camino. Madre no hay otra.

A lo largo de mi vida, mi compañera de ruta y mejor madre, María Alejandra, se ha encargado de enderezar el rumbo cuando el barco se desvía. Mamá Dora, Gloria (Yoyis, como le decimos) son ejemplos insuperables de madres. Son los faros que siempre me enseñan y enseñaron el camino adecuado.

A la escritura de estas líneas, una que otra lágrima amenaza con brotar, porque muchos de quienes me leen no tienen cerca a sus madres, o muchas partieron. Solo queda la añoranza. Solo quedan los gestos. Solo quedan las frases que uno dijo, o de repente nunca las dijo. En realidad, solo gracias, porque madre no hay otra.

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