Para variar, al final se impuso la ley del más salvaje por parte de los transportistas de carga pesada, como en anteriores oportunidades, quienes impusieron sus reclamos bloqueando vías públicas, porque entienden que es la mejor forma de dialogar, con la violencia. Esto solo puede suceder en nuestro país.
Es decir, conversemos, pero bloqueo vías, ocasiono caos y desabastecimiento de alimentos, destruyo vehículos, genero violencia, y ahora conversemos. Bonita forma de sentarse en una mesa, y cual espada de Damocles: señores del Gobierno, estas son nuestras peticiones, y se cumplen sí o sí.
No voy a ocuparme de explicar sus reclamos, voy al fondo del asunto: ¿por qué tenemos un Gobierno tan débil, que no hace respetar el principio de autoridad, y luego de varios días les indica a los quejosos ‘vamos a proceder a restablecer el orden’? Plop.
En cualquier democracia, que se precie de tal, y no la caricatura que tenemos, lo primero y lo último es que mis deberes y derechos terminan donde comienzan los de los demás. Muy simple, y no como insistieron los huelguistas, mis deberes y derechos los hago respetar con violencia y más violencia, y los tuyos me importan un bledo.
Porque pueden tener toda la razón, y que el negocio no da para más, puede ser cierto, pero y los millones de desempleados que no tienen ni para un pan, los millones de pobres que a duras penas subsisten, los miles de jubilados que reciben una mísera pensión; los miles de profesores que no pueden hacer clases, porque no pueden comprar una laptop; mejor no sigo.
Siempre he insistido, como decía don Jorge Basadre, lo primero es el diálogo, lo segundo y tercero el diálogo; hasta el final, siempre el diálogo. Pero nunca la violencia, porque solo acarrea violencia, y nunca se puede dialogar con una pistola en la nuca. Ojalá lo entiendan, señores violentistas.
No quiero concluir sin invocar a dos líderes en sus respectivos campos, que acaban de fallecer. Don Luis Bedoya Reyes, un demócrata a carta cabal, que nunca renunció al diálogo. Y monseñor Luis Bambarén, un obispo que siempre olía a oveja, cuyo mayor mérito era predicar y dialogar para superar los problemas materiales y espirituales.
¿Acaso es mucho pedir un poco de diálogo? Sería bueno buscar en la historia de ambos personajes para llegar a la conclusión de que es mejor conversar y conversar para encontrar un punto de inicio. Lo contrario es que lo único que hemos aprendido es ser más animales de lo animales que somos. Qué pena.