Es bueno despercudirse de la falaz política criolla, y aunque el panorama pinta más que oscuro, vayamos a otro tema, no menos espeluznante, como que hasta escribir estas tristes líneas, 187 mujeres han desaparecido en la región Arequipa. ¿Qué o cómo pasa?
“Se los suplico, quien tenga a mi hija que me la devuelva. Por favor, se los pido por piedad. Se los suplico como madre”. Es el dramático pedido de María Chambi, madre de Xiomara, de apenas 17 años, que desapareció hace 88 días. Ni más ni menos.
Los voceros de la Policía Nacional y de la Defensoría del Pueblo ensayan diversas hipótesis, como que de la cifra inicial, cuando son ubicadas, un buen número vuelven a su hogar. Unas 25 nunca más lo hacen, y 15 de este último grupo son menores de edad.
¿Las razones? Todo se puede resumir en violencia familiar con la pareja, o por parte de los progenitores. Estas son cifras oficiales, y dada la informalidad, la cifra sería mayor, lo cual nos da una idea de la cada vez más creciente violencia familiar, que impera no solo en la región, sino en todo el país.
Muy pocas autoridades toman con la máxima seriedad este nocivo círculo, lo que nos lleva al entorno personal, para señalar ¿qué hacemos en forma individual para disminuir estas abominables cifras de mujeres que huyen sin retorno?
Las inacabables lágrimas de la mamá de Xiomara nos deben hacer reflexionar ipso facto para detener esta violencia familiar y aplicar las máximas penas a los pegalones, quienes deberían recibir el doble de cómo actúan. Lo cual no deja de ser un absurdo.
Esta situación no es nada nueva, lamentablemente data de tiempos antiguos, por el machismo imperante, no sólo de despreciables sujetos, sino de autoridades, quienes tratan con pinzas a estas insanas personas, como si con un llamado de atención se solucionarían, años de golpes y golpes. Nada más errado.
La violencia tiene su origen en nuestra precaria educación, donde, a falta de argumentos, se impone el insulto, la agresión verbal, para dar paso a la física; cuando nunca debe ser un recurso; sino se debe imponer el diálogo, palabras y miles de palabras, de ambos lados, para buscar un punto de consenso.
En realidad, nos hace falta mirarnos en el espejo para admitir que por mucho amor que exista, siempre somos distintos. Esa es la realidad, y nunca acabamos por admitir que cuando a veces este acaba, es mejor separarse. O en el caso de hijas, es mejor escuchar y negociar. Nunca imponer.
Parece fácil, pero nunca lo es, pero es necesario desterrar la violencia, venga de donde venga, para vivir sin imponer, sin dañar, sin menoscabo del amor propio y a veces ajeno. ¿ Acaso es mucho pedir? Espero una respuesta.