Debo de reconocer que la historia del Imperio Incaico la he aprendido más de autores extranjeros, quienes alabaron sin límites esa eficiente organización social: del abogado francés Louis Baudin, del alemán Max Uhle, los ingleses Constantin Markham y William Prescott.
Aunque reconozco la pulcritud de la limeña (de madre puneña) María Rostworowski (no la conocen muchos, ¿verdad?). Nosotros, los peruanos (y sobre todo quienes se reclaman en forma excluyente “originarios”), nunca hemos elevado a la categoría constitucional las máximas morales incaicas del Ama Sua, Ama Quella y Ama Llulla. En ninguna de las 12 Constituciones se invoca a estas, sino al Dios del cura Valverde. Lógico, el coloniaje mental al que hasta ahora están sometidos algunos “juristas cholos de fama cósmica” hace que les revienten cohetes a tratadistas penales españoles. Sin embargo, los españoles no tienen mucho que enseñarnos, ni a combatir la corrupción, el saqueo a los fondos públicos, o el respeto a los derechos humanos.
España se hizo sobre sangre, saqueo y lágrimas. Algunos deberían de ilustrarse sobre la barbarie de su guerra civil. Los republicanos quemaron iglesias y ahorcaron con sus tripas a los despanzurrados curas, y los fascistas hicieron lo propio con los republicanos. Hoy poco a poco está desapareciendo la devoción que se tuvo a esa banda familiar de ladrones, los Borbones (¿no tenemos algo similar acá?). Y si se trata de lavado de activos, no pueden siquiera residenciar al promiscuo Rey Juan Carlos de Borbón, y menos a los vagos redomados de sus nietos. ¿Así nos pueden enseñar a luchar contra la corrupción? Me burlo de todos ellos.
Y fueron los bárbaros ibéricos quienes destrozaron toda la eficiente organización que el estadista Pachacútec hizo. Convirtió en imperio al grupo de aldeas, comarcas y curacas que antes de él eran los incas. Sistematizó el idioma (convirtió el quechua en idioma oficial), organizó el Estado haciéndolo eficiente y funcional. Ahí no hubo el dicho español de que “El Rey reina en Madrid, pero aquí manda el corregidor”. Dictó normas de desarrollo urbano; aplicó medidas draconianas de control social (odiaba a los revoltosos); tuvo un Código Penal nada “garantista”. Pero si con una mano dio látigo e impuso orden, con la otra dio alimentos, vivienda, salud y una envidiable red de caminos. Y su legislación se cumplía al milímetro. Markham dijo que era el más grande hombre que la raza aborigen de América haya producido, y hasta lo comparó con el griego Solón.
La verdadera “chunchería” del caos y de anarquía que hoy sufrimos vino de España. Y su fama de desordenada, caótica y burlesque era tal, que ya en la Edad Media los ingleses aseveraban que el África empezaba en “Hispalis” (tierra de conejos), España. Y hoy los tratadistas penales “garantistas” españoles están acoyuntados contranatura con la informalidad, caos y delincuencia peruana. ¡Gracias España por este tu vil legado!
Por eso hoy, cuando en aras de la manoseada “autonomía”, cada extraviado “curaca” con celular llamado “gobernador regional o alcalde”, invocando hasta a las glorias incaicas, pretende erigirse como reyezuelo, ¡cómo me gustaría tenerlo vivo a Pachacútec! No creía en las “autonomías”. Esa hipócrita forma de hacer lo que a uno le plazca viene de “Hispalis”. A tal extremo que la ilusión de cada español era tener una Carta Foral del Rey que dijera: “Este español está autorizado a hacer lo que le venga en gana”. Pasaron 500 años y seguimos con las lacras españolas.